Escritor, periodista, traductor y crítico teatral, ha publicado poesía (El mástil de la noche), narrativa (El curso de las cosas) y ensayo literario (Qué ha dicho verdaderamente Larra, Las Musas). Se le debe una Antología de la poesía surrealista (1971) y ha traducido sobre todo los clásicos franceses, desde los Ilustrados a Marcel Proust, Rimbaud y diversos dramaturgos, de Molière y Marivaux a Albert Camus, Jean Genet (Splendid’s), Jean-Claude Brisville, así como al irlandés Oscar Wilde (Teatro completo, 2008). Por su labor ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nacional de traducción (1971, 1979 y 2010), además de un Premio Max (2002) a la mejor adaptación de una obra teatral por París 1940, de Louis Jouvet.
En 2007 el Gobierno de la República Francesa le condecoró como Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres.
En el Fausto de Goethe, ha revisado el texto y realizado las anotaciones para su mejor compresión. A continuación les dejamos con su visión de la edición de Liber Ediciones.
El argumento de Fausto, muy complejo, es resultado de cincuenta años de trabajo de Goethe, que hizo varias versiones y tuvo por arranque una leyenda medieval, la del doctor Fausto, que habría vivido en Alemania a finales del siglo xv y la primera mitad del xvi. Este viejo doctor desesperado por ver acabarse su vida sin que hayan fructificado sus sueños ni deseos es tentado por Mefistófeles, nombre del demonio en el folclore alemán. A cambio de su alma cuando muera, Mefistófeles ofrece al viejo doctor la juventud y la posibilidad de hacer reales todos sus deseos; pero Fausto, al que no atraen los tesoros ni las orgías que se le ofrecen, conoce a Margarita saliendo de una iglesia; esta joven púdica, encarnación de la inocencia, es capaz de hacer concebir a Fausto la idea de pureza. El cerco que desde entonces hace a la joven –clásicos trucos de la táctica amorosa: regalos, celestinas por medio, encuentro, etc.– termina dando frutos: la joven recibe a Fausto en su cuarto, y en ese mismo momento empiezan a producirse secuelas terribles: muerte de su madre, a la que Margarita ha dado una pócima para que se duerma durante la cita; estado de embarazo en el que queda; muerte de su hermano que quiere vengar el honor de la familia en duelo con Fausto; ante tantas desgracias, Fausto recupera su sentido humano, exige que Mefistófeles le lleve a la prisión donde ha ido a parar la joven, acusada de infanticidio y transida por el sentimiento de culpa.
Aunque Mefistófeles ofrece a los dos jóvenes la posibilidad de huir, Margarita prefiere encomendarse a la clemencia divina. Para enmendar ese fracaso, una vez desaparecida la joven, Mefistófeles pone otros cebos y trampas a Fausto en la segunda parte, publicada póstuma, y que tiene por tema central el poder de las fuerzas elementales y formadas de la vida, cercanas a lo demoniaco, aunque permanezcan a una ideal distancia de éste. Los apetitos de frívola cortesanía de Fausto culminan en su unión con otra mujer, Elena, que para Fausto supone una madurez de espíritu, coronada por el nacimiento de un hijo, Euforión; pero la muerte del niño provoca la marcha de Elena; un Fausto desengañado de todo se retira a una montaña, donde cuatro divinidades: Pobreza, Deuda, Angustia y Preocupación, que lo visitan le “preparan” para la muerte. Cuando ésta se produce y Mefistófeles aparece para recoger su alma, una resucitada Margarita la rescata, gracias a sus oraciones, de las garras de Mefistófeles.
Con las estampas y los dibujos litográficos hechos para el Fausto de Goethe, José Luis Fariñas confirma la asombrosa madurez de sus anteriores obras y va un paso más allá en la creación de un fabuloso mundo onírico por el que ha sido comparado con pintores como el Bosco o Brueghel. Bajo la realidad subyace un mundo de fantasía, infierno y pesadilla que se metamorfosea constantemente para mostrar al espectador, al lector, lo que hay debajo de la apariencia, de la luz (etimológicamente Mefistófeles significa «el que no ama la luz»). Mediante ese onirismo descifra los distintos, y opuestos, personajes de la tragedia goethiana, desde Mefistófeles hasta Margarita o Fausto; seres de sombra, en algún caso infernales, que luchan contra su conciencia o tratan de amar; el pincel de José Luis Fariñas los vuelve figuras de carne y hueso, aunque hayan salido de su imaginación: la perfección técnica del artista demuestra, con dibujos meticulosos hasta la desmesura, que mediante el arte se puede llegar a la cuadratura del círculo, a hacer de la realidad un acto de magia, a crear un espacio de «realismo mágico» que ha marcado el arte y la literatura.