Reclinado en su polvoriento estudio y acosado por sus angustiosos pensamientos, Fausto nota que ha sido seguido por un misterioso perro de aguas, tan subrepticio que ya prefigura al demonio. En soledad, Fausto se queja de la imperfección humana atrapado en el círculo de su frustración ante la impotencia del escaso conocimiento que puede ser conquistado. El doctor medita sobre su inútil búsqueda en los libros de todo tiempo anterior al suyo, y, desde el claustro de su gabinete, pretende desentrañar el misterio de la Creación el cual, para Goethe, como fundamenta a lo largo de toda la tragedia, surge de la acción.