Fausto atraviesa nuevamente los espacios junto a Mefistófeles, ahora sobre hechizados corceles y rumbo a la prisión de Margarita. La premura desconsolada de Fausto que pretende salvarla se le une al agobio a causa de la insoslayable compañía de Mefistófeles, no solo por ser este el culpable mayor de la desgracia de su amada, tanto como de su propia actuación culposa, sino porque sabe que esa presencia maléfica le resulta imprescindible para el desesperado rescate con que intenta poner a salvo a Margarita.