La desolada y vasta escena exterior expresa como espacio simbólico lo expectante y contradictorio del estado espiritual de Fausto. Son como los campos de toda su alma en juego, y el sobrecogedor horizonte se extiende como alegoría: Fausto se asoma a un más allá potencialmente salvífico o condenador en un momento crítico que lo mismo pudiera desembocar en un crepúsculo o en un amanecer, y es incapaz de determinarlo; es Fausto ante la inminencia del pacto con Mefistófeles y el demonio esta ya en su círculo. El anciano doctor piensa en lo sombrío del mundo que el demonio le promete poder transformar, y al que ahora le incita a aventurarse, renovado con la terrible fuerza diabólica, para ser testigo del oscuro milagro.
En esta imagen se contiene la angustia de Fausto y su esperanza en la eficacia de un pacto en cuyo poder aún no confía. El demonio le abraza con su contradictoria luz y su promesa de plenitudes que le harían olvidar la imperfección y la ruina de la existencia anterior. Fausto tiene en sí mismo la posibilidad de encaminar su actuación hacia el bien o hacia el mal, representada en dos alas: la demoníaca y la angélica. La bifurcación signa la imagen.
Poco me inquieta el más allá;
Si reduces ese mundo a escombros,
El otro puede surgir a continuación.
De esa tierra manan mis alegrías,
Y ese sol alumbra mis pesares;
Si me puedo separar de ellos,
Que ocurra entonces lo que sea.
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