- La búsqueda de Fausto
Inmerso en la tempestad del mundo, la búsqueda de Fausto implica el esfuerzo en una ascensión hacia el dominio del conocimiento infinito, una ascensión inevitablemente fallida en la que nunca podrá alcanzar el supuesto último peldaño. Es un impulso condenatorio nacido de su angustia personal y del resultado fatídico de la interpretación de las inmanentes fuerzas naturales como totalmente dominables de algún ignoto modo, las cuales, sin embargo, durante todo el proceso de ascenso, se le interponen imperativamente como algo demasiado profundo y extremo para no proceder de lo divino, estableciendo así la evidencia de la necesidad del fracaso humano ante la voluntad de domarlas absolutamente.
Es la paradoja del sabio que al final del camino recorrido se reconoce como eterno aprendiz, pero no humildemente, sino frustrado ante la brevedad de la vida, siempre en equilibrio precario y en lucha con los anhelos del propio espíritu sediento de respuestas ante leyes que a cada paso quiebran y transfiguran la imagen de lo existente con la infinitud violenta del hilo del cosmos.
¿Mediante qué poder se somete a todos los elementos?
¿No es la armonía que surge de su pecho
La que le impulsa a abrazar el mundo en su corazón?
Cuando la naturaleza va envolviendo, indiferente,
La infinita longitud del hilo en el huso…
p. 13
- El camino infernal
Se representa aquí la atmosfera del camino infernal que Fausto, próximo al final de su vida, ve como el inevitable sendero de condenación que podría al fin privilegiar su acceso a un poder salvador y transformador tan humanamente inalcanzable como la total sabiduría que se le negaba. Las flores que la imagen del demonio pareciera quemar con el fuego de su aliento, simbolizan las almas que pretende desviar hacia la condenación. Lo demoniaco, personificado en Mefistófeles, será, para el aparentemente desamparado Fausto, el sendero angosto y terrible pero pleno de un poder que podría superar toda industria humana, es decir,
que fuese capaz de encumbrarle a esas regiones espléndidas de la omnisciencia que perduran inaccesibles a cualquier cantidad de arte y de ciencia acumulada por el hombre. Su ambición recuerda la del pecado original, abordado desde una dimensión humanista mucho más compleja, y deja entrever que no puede existir sabiduría ni crecimiento sin un costo acorde y que, en su diabólica circunstancia, decidirá no solo el futuro de su condición vital y de su intelecto, sino el destino de su alma, objeto medular en la disputa que se establece desde el mismo comienzo del drama, entre Mefistófeles y el Creador.
No me atormentan escrúpulos ni dudas,
No temo al infierno ni al demonio.
p. 23
Esfuérzate por llegar a ese pasadizo
En torno a cuya angosta boca vomita llamas todo el infierno;
Hay que decidirse con serenidad a dar ese paso,
Aun a riesgo de desvanecerse en la nada.
p. 33
- La complejidad del mundo
Sentado ante su visión de la complejidad del mundo, Fausto medita en espera de más luz. El mundo carece del sendero que precisa su afán de encontrar una forma superabundante de confluencias reveladoras: la figura final de una transformación cuyo germen ya reside en la existencia primordial. Con ese deseo, que es también el de Goethe en las artes y en la ciencia, el autor revela en su protagonista ese afán incansable de eterno aprendiz que obliga, a pesar de una avanzada edad, a continuar ahondando peligrosamente en los enigmas. Lo demoníaco se presenta entonces por sí mismo, atraído por la insatisfacción convocatoria del anciano sabio. Y no hay lugar sino para la desesperación en esa búsqueda sobrehumana que al final le llevara a las puertas, no ya de la ciudad, sino del infierno.
El fondo, con variaciones del ocre al amarillo, alude a lo largo del libro al anhelo desmedido del oro filosofal, símbolo de la búsqueda de la sabiduría suprema, de la transmutación de la materia y de la vida eterna. Las mutaciones vegetales y animales, incluso las de las nubes, y los laberintos de la óptica y de la mineralogía, representados en esta imagen, son temas que llamaban asimismo a Goethe a un frenesí indagatorio de diapasón tan hondo y diverso que lo iba aproximando paradójicamente a una clave general, a la idea de una esencia que acaso estructurara y gobernase al universo: a la Naturaleza como algo divino, como un poder inmanente que asomara ubicuo en toda epifanía. Esa inmanencia, ese aliento en el fundamento y la expresión de lo disímil y de las transmutaciones, es una de las claves de Fausto. Y ese hilo confluyente de las metamorfosis asoma con simbólica inmanencia en el entramado de las ilustraciones.
¡Oh, si hay espíritus en el aire
Que se mueven reinando entre la tierra y el cielo,
Descended de ese dorado velo
Y conducidme lejos, a una nueva vida de matices más intensos!
p. 46
- Humo maldito y raudo
Arrancado de todo aquello donde es inevitable su esencia infernal, Mefistófeles, como una bestia apegada a lo terrenal desde su raíz a toda superficie condenada, se lanza como una misteriosa fiera de inagotable energía, imbricada a través de los espacios y horizontes, como generando un humo maldito y raudo que le arrastrase en pos del intenso llamado del doctor Fausto. Para Goethe, como para Spinoza, lo divino es ubicuo e inherente a la naturaleza: es naturaleza, y, del mismo modo, lo demoniaco (Mefistófeles, que sintetiza energías de signo negativo pero igualmente activas, hambriento de ser y de poseer— es en la obra igualmente ubicuo en posibilidad,
símbolo de la acción del mal y de la transformación, y ambos polos serían una manifestación paradójica del propio poder de lo omnipotente de la acción en tanto paradigma. Para Goethe, una unidad superior integra todo lo existente. Y la pronta aparición del demonio sería, de alguna manera, confirmación de la existencia de lo divino: una especie de umbral de destrucción, antesala y estancia de agonías y de pecado, pero desde donde habrá de alcanzarse las configuraciones más elevadas de una existencia sobrehumana y perfecta, luego de una determinada secuencia de sacrificios y redenciones, hasta alcanzar la purificación: por eso lo verde a fondo y lo celeste, como horizonte posible tras la cerca del sacrificio, representada con variaciones de matices cálidos, y un sol sacrificial, rojo, que se impone por entre la niebla.
¡Soy el espíritu que siempre niega!
Y, con razón, pues todo lo que nace
Es digno de perecer.
Por eso, mejor sería que nada naciese.
Así pues, todo lo que llamáis pecado,
Destrucción, en una palabra, el mal,
Es mi propio elemento.
p. 53
- Crepúsculo o amanecer
La desolada y vasta escena exterior expresa como espacio simbólico lo expectante y contradictorio del estado espiritual de Fausto. Son como los campos de toda su alma en juego, y el sobrecogedor horizonte se extiende como alegoría: Fausto se asoma a un más allá potencialmente salvífico o condenador en un momento crítico que lo mismo pudiera desembocar en un crepúsculo o en un amanecer, y es incapaz de determinarlo; es Fausto ante la inminencia del pacto con Mefistófeles y el demonio esta ya en su círculo. El anciano doctor piensa en lo sombrío del mundo que el demonio le promete poder transformar, y al que ahora le incita a aventurarse, renovado con la terrible fuerza diabólica, para ser testigo del oscuro milagro.
En esta imagen se contiene la angustia de Fausto y su esperanza en la eficacia de un pacto en cuyo poder aún no confía. El demonio le abraza con su contradictoria luz y su promesa de plenitudes que le harían olvidar la imperfección y la ruina de la existencia anterior. Fausto tiene en sí mismo la posibilidad de encaminar su actuación hacia el bien o hacia el mal, representada en dos alas: la demoníaca y la angélica. La bifurcación signa la imagen.
Poco me inquieta el más allá;
Si reduces ese mundo a escombros,
El otro puede surgir a continuación.
De esa tierra manan mis alegrías,
Y ese sol alumbra mis pesares;
Si me puedo separar de ellos,
Que ocurra entonces lo que sea.
p. 65
- La perfección del instante
Dividido hasta el infinito, ante la inminente efectividad del pacto con el demonio, Fausto vacila y reta a Mefistófeles, quien deberá conseguir lo que el sabio considera un imposible: la perfección del instante, la absoluta satisfacción del cuerpo y del espíritu, algo que acaso únicamente un poder divino podría conferir a un mortal. Fausto sabe con largueza que la finalidad de la existencia es siempre desconocida y que no pertenece al espejo onírico de los deseos concedidos, sino al de una búsqueda insatisfecha y por siempre diferida, lo que explica la celeridad de su resolución al aceptar el pacto, porque no confía en que Mefistófeles pueda lograr cumplir su promesa y porque, al mismo tiempo, desea estar equivocado.
En esta lámina exenta la naturaleza metafísica del momento se expresa en la imagen del ángel que posee, a la vez, alas demoniacas y celestes.
Si llega el instante en que diga:
¡Quédate aún! ¡Eres tan hermoso!
Entonces podrás ponerme cadenas,
¡Desearé sucumbir!
Entonces podrán doblar por mí las campanas,
Entonces quedarás libre de tus servicios,
El reloj podrá detenerse, las manecillas caer,
¡Para mí habrá finalizado el tiempo!
p. 66
- Las madres
Lo eterno femenino, ese prodigio de la suma de las fuentes generatrices que, según Goethe, es el enigma que él nombra las Madres, avanza en esta imagen alegórica como el arma divina de la acción en tanto fundamento de los cambios benéficos, enfrentando y anulando la fuerza nefasta del demonio. Mefistófeles, aunque tiene el poder para trastocar palabras y lugares y es parte activa del caos y de los ciclos, nada puede ante el verbo actuante del Creador que se expresa a través de las Madres, metáfora de lo activo edificante y purificador, y a lo demoníaco derrotado solo le resta demostrar su cólera impotente. En el ideario goethiano la inacción, física o espiritual, equivale a la muerte.
En esta visión el Diablo se muestra vencido no solo por Dios sino por lo eterno femenino, esencia divina de lo infinito de la naturaleza en el perpetuo movimiento obvio o subyacente en todo escenario, local o universal, mortal o imperecedero y en toda la tragedia fáustica. A lo largo del libro las ilustraciones sugieren el movimiento constante de los elementos figurados.
Falsas imágenes y palabras,
Cambian el sentido y el lugar…
p. 90
Que me digan que no crea en prodigios.
p. 91
- La belleza femenina
Fausto es progresivamente conducido ante la posibilidad de poseer la belleza femenina arquetípica, de raíz clásica, homérica, la cual Mefistófeles verterá para él en el molde real de una mujer concreta que todavía Fausto no conoce, pero que está ya pisando su umbral, sorpresa que le impacienta duplicando sus ansias de realización del encuentro. Para Goethe, la materialización de la idea es un paradigma de acción trascendente que debe perseguirse en todo momento, en todo empeño”: “La verdad artística no es sin más una naturaleza imitada, sino una naturaleza incrementada”. De modo que, para convencer a Fausto, la imitación de la mujer perfecta que debe realizar el demonio tendrá que ser tan elevada como una obra de arte, no engañando sus sentidos demasiado refinados.
Fausto será tentado con el objeto más deseado por él tras la diabólica conquista de su perdida juventud, es decir, con la mujer ideal encarnada a su propia medida.
Sólo puedo verla como entre tinieblas.
¡La imagen más bella de una mujer!
¿Es posible? ¿Puede ser tan bella?
¿Debo ver en ese cuerpo tendido
La encarnación de todos los cielos?
¿Puede encontrarse algo así en la tierra?
p. 97
- La mutación de Margarita
Los astutos ardides de Fausto y de su guía tenebroso aparecen simbolizados a la derecha. A la izquierda, la mutación de Margarita en criatura trágica, incitada pero aún inocente, sin culpa propia al concurrir en la infernal escalada de Fausto, pero ya a la sombra de los futuros y amargos frutos del pecado. Mefistófeles ha conseguido tentar a Fausto, ha conseguido transformarle en un ser mundano que es ya capaz de hacerle juego al demonio y hasta adelantársele en sus tretas. Convertido en una especie de talentoso discípulo del diablo, Fausto se dispone a arrastrar a Margarita consigo hacia el círculo ominoso que ya ha comenzado a apartarla fatídicamente del mundo piadoso y sencillo de su madre, tan afín a Dios.
Ha quedado agitada,
No sabe lo que quiere ni lo que debería hacer…
p. 116
- La duda de Margarita
Margarita duda al inicio del romance y recurre al oráculo de la flor que deshoja para pretender alguna certeza de que el súbito amor de Fausto es auténtico. Intuye que el deslumbramiento que muestra por ella el recién llegado podría no tener una raíz tan clara, profunda e inocente, como si la tiene el suyo, y teme. En la imagen Gretchen mira al horizonte, buscando una verdad que apenas prefigura y que Fausto eclipsa al proseguir, sin piedad y con su falaz apariencia, la conquista de la sencilla joven que pronto se ve atrapada en el espejismo que le dora el diablo. La sensualidad de la conquista se sugiere aquí en los planos y niveles de las figuras y en el erotismo sutil de estructuras que parecieran comenzar a develarse.
Lo confieso, no sabía
Qué podía estar agitándose en mi pecho a vuestro favor.
Cierto es que me enojé conmigo misma
Por no poderme enojar más con vos.
p. 133
- El espíritu sobrenatural
El espíritu sobrenatural invocado por Fausto, se representa aquí rodeado de vapores y fuegos, raíces y residuos minerales y biológicos de toda suerte, marasmo de las profundidades de donde van siendo entresacadas las lianas de la terrible alianza. La presencia sublime, nacida del poder mefistofélico y parte activa del propio demonio, lo ocupa todo porque se ha unificado con el deseo de Fausto, con la tentación que va estructurando su cumplimiento. Fausto quiere que todo su anhelo se concrete de inmediato sin temor a ninguna consecuencia. Ha decidido plenamente hacerse uno con la oportunidad infernal que se le ha presentado.
El espíritu del instante satánico le va a conducir a los abismos de un destino contrario al natural, donde será necesaria la caída y destrucción del mundo original de Margarita. Con la quimera invertida se alude al deseo cuyo cumplimiento le atraerá a Fausto su condenación.
Espíritu sublime, me otorgaste todo
Cuanto te pedí. No en vano volviste
Tu rostro hacia mí en medio de la llama.
p. 137
¡Lo que tiene que suceder, suceda ahora!
p.141
- La espléndida noche de Walpurgis
Mefistófeles, dueño y señor de las almas y de las carnes de los condenados, conduce gradualmente a Fausto —quien, de perder la apuesta, será su próxima presa—, y se encamina hacia la consagración de su triunfo como Maestro en las artes infernales. No hay escapatoria para Fausto, ni la quiere; anhela proseguir el viaje de descenso, la inminente caída de su alma como supremo costo de la satisfacción de su deseo. El tránsito es aun difícil; múltiples espectros se interponen, aunque parezcan ayudar: es un auxilio contradictorio y de cariz trágico que Fausto no percibe como advertencia ni como fuente de un mal que le devastará.
El sendero rojo que atraviesa la imagen expresa el signo del sacrificio que ha hecho Fausto en aras de una juventud culpable que ya comienza a ocasionar desgracias en todas direcciones desde su propio ser, epicentro de anatema y de execración con los brillos del ardor alucinante de la noche de brujas, el desaforado aquelarre que se avecina y en el que se adentra conducido por su guía infernal.
Así que ya me hormiguea por todo el cuerpo
La espléndida noche de Walpurgis,
Que será pasado mañana;
Allí uno al menos sabe por qué vela.
p. 156
- Margarita levitante
Margarita, ensimismada y a la vez levitante, crece como una flor de luz que se va apartando de Fausto desde adentro hacia afuera. Su esencia sigue inmaculada y Dios la llama; ha estado de su lado a pesar de las tentaciones y los desastres sufridos de manos de Fausto y Mefistófeles. Se abre a una luz que la llevara fuera de la prisión terrenal, lejos del lazo demoniaco que la unió con Fausto, a su definitivo lugar en el cielo. Es un renacimiento que Fausto no puede detener ni reorientar, y Mefistófeles solo puede apartarse a un lado para mantener a Fausto en su círculo de penumbra, vueltos aquí deformes figuras de tinieblas, mientras Margarita se les escapa definitivamente.
El disco de luz no es una luna ni es un sol: es un símbolo del triunfo divino, todavía incompleto pero decisivo, de Dios sobre el infierno.
Soy tan joven, tan joven!
¡Y ya debo morir!
También fui hermosa, y esa fue mi perdición.
p. 190
¡Tuya soy! ¡Padre, sálvame!
¡Vosotros, ángeles, y vosotras, sagradas huestes,
Rodeadme para protegerme!
p. 196
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