Margarita, ensimismada y a la vez levitante, crece como una flor de luz que se va apartando de Fausto desde adentro hacia afuera. Su esencia sigue inmaculada y Dios la llama; ha estado de su lado a pesar de las tentaciones y los desastres sufridos de manos de Fausto y Mefistófeles. Se abre a una luz que la llevara fuera de la prisión terrenal, lejos del lazo demoniaco que la unió con Fausto, a su definitivo lugar en el cielo. Es un renacimiento que Fausto no puede detener ni reorientar, y Mefistófeles solo puede apartarse a un lado para mantener a Fausto en su círculo de penumbra, vueltos aquí deformes figuras de tinieblas, mientras Margarita se les escapa definitivamente.
El disco de luz no es una luna ni es un sol: es un símbolo del triunfo divino, todavía incompleto pero decisivo, de Dios sobre el infierno.
Soy tan joven, tan joven!
¡Y ya debo morir!
También fui hermosa, y esa fue mi perdición.
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¡Tuya soy! ¡Padre, sálvame!
¡Vosotros, ángeles, y vosotras, sagradas huestes,
Rodeadme para protegerme!
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