Fausto es progresivamente conducido ante la posibilidad de poseer la belleza femenina arquetípica, de raíz clásica, homérica, la cual Mefistófeles verterá para él en el molde real de una mujer concreta que todavía Fausto no conoce, pero que está ya pisando su umbral, sorpresa que le impacienta duplicando sus ansias de realización del encuentro. Para Goethe, la materialización de la idea es un paradigma de acción trascendente que debe perseguirse en todo momento, en todo empeño”: “La verdad artística no es sin más una naturaleza imitada, sino una naturaleza incrementada”. De modo que, para convencer a Fausto, la imitación de la mujer perfecta que debe realizar el demonio tendrá que ser tan elevada como una obra de arte, no engañando sus sentidos demasiado refinados.
Fausto será tentado con el objeto más deseado por él tras la diabólica conquista de su perdida juventud, es decir, con la mujer ideal encarnada a su propia medida.
Sólo puedo verla como entre tinieblas.
¡La imagen más bella de una mujer!
¿Es posible? ¿Puede ser tan bella?
¿Debo ver en ese cuerpo tendido
La encarnación de todos los cielos?
¿Puede encontrarse algo así en la tierra?
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