» Edición y Textos
- Diseño de la Caja-estuche
- Diseño de la caja-estuche
Un libro es el resultado de una conjunción de elementos que determinan su contenido y su aspecto, pero el libro va más allá de una recopilación de datos o de recoger una historia, es una huella de quien lo concibió y el testimonio de una época.
La responsabilidad del editor por ello, es muy alta porque decide qué van a leer los lectores y cómo lo van a hacer: el título, el autor, la traducción; el diseño, su composición, el tipo de papel, y especialmente, su aportación, su capacidad de trascender como obra original.
Si además se trata de una obra de alta bibliofilia, en la que sus propias particularidades la hace deseada y perseguida como objeto de colección, cada detalle, cada proceso, debe mimarse con sumo cuidado.Subir
Prólogo Fundación Goethe- W. Minet
Fausto no es sólo el título más importante de Wolfgang von Goethe, sino una de las obras cumbres de la literatura universal; en ella, el poeta alemán crea uno de los grandes arquetipos de la condición humana más influyentes en la cultura: como don Quijote, como Don Juan, como la Celestina, Fausto encarna simbólicamente uno de los problemas capitales del individuo de todas las épocas: la lucha contra el destino, las caídas y tentaciones a que le llevan las principales fuerzas que le arrastran a la acción: el poder, el amor, la ambición, la codicia… el largo etcétera de impulsos que nos mueven.
No crea Goethe el personaje, que de manera difusa procede de la Edad Media y de la literatura tanto europea como oriental; en Inglaterra, un dramaturgo maldito, Marlowe, a quien ahora algunos críticos tratan de convertir en la mano que escribió las obras de Shakespeare, ya compuso la primera gran obra, convirtiendo a Fausto en una especie de titán, un superhombre que pretende desarrollar su personalidad hasta el infinito, para gozar de placeres inauditos y ejercer poderes soberanos.
Goethe había visto representar varias veces esa obra de Marlowe; pero aborda la trama de un modo revolucionario, porque aplica al personaje la experiencia de su propia vida utilizando un conjunto de formas líricas propiamente germánicas, desde rimas a géneros, y no duda en mezclar altas escenas de concepción alegórica y teológica con cuadros de la vida popular. Goethe abarca todo en su Fausto desde el punto de vista literario: crea personajes, utiliza recuerdos, inserta ideas de índole estética y filosófica para lograr un poema total. Lo centra en la relación de esa pareja, Fausto y Mefistófeles, que se corresponden de manera antitética: el ideal que Fausto hace del hombre tiene su contrapartida en la fría razón con que Mefistófeles afronta los hechos: idealismo y pragmatismo para acercarse al misterio de la vida.
La idea de Fausto persiguió a Goethe durante varias décadas, desde 1773-1774 en que redacta el Urfaust, o primer Fausto, hasta 1808 y la edición revisada de 1828; entre vacilaciones y tanteos, Goethe hace una apología de las contradicciones del ser humano, atado a sus circunstancias terrenales y sociales, pero que quiere elevarse por encima de su condición, de un entorno en el que empieza a triunfar la técnica y el racionalismo; seducido temporalmente por el demonio, Mefistófeles le tienta con un imposible: el retorno a la juventud, a los inocentes pero apasionados amores de la adolescencia, cuando los misterios eran impenetrables y suponían un acicate para la imaginación. A cambio, tiene que vender su alma, poniendo al lector en la duda de si, como decía Juan Tenorio, «un punto de contrición» en el último instante puede salvarle.
Que la sociedad del siglo XXI haya dejado de tener puntos de vista teológicos sobre la vida, no priva a Fausto de nada: sigue siendo el destino, y la posibilidad que tiene el individuo de modificarlo, de ponerle de su parte, el eje de una tragedia que los seres humanos viven en su intimidad más profunda. La intensidad lírica y dramática es lo que le presta una belleza comparable a la que buscaron Dante en la literatura italiana, Shakespeare en la inglesa y Cervantes en la española.Subir
Traducción- J. R. Hernández
El traductor de Fausto de Liber Ediciones es Doctor en Derecho por la Universidad de Friburgo, filósofo, ensayista y traductor. Amplió sus estudios de Filosofía, Derecho y Ciencias Políticas en las Universidades de Múnich, Friburgo y Heidelberg. Es un ferviente estudioso de la cultura alemana, autor de numerosos artículos en la prensa sobre cultura alemana y anglosajona y traductor, entre autores como Goethe, Nietzsche, Schopenhauer, Stirner, Kafka Lichtenberg, De Quincey, Melville, Gebser, Chesterton, Kleist, Gustav Meyrink.
Entre sus libros destacan Donoso Cortés und Carl Schmitt (Schöningh, 1998), Nietzsche y las nuevas utopías (Valdemar, 2002) y Sobre la identidad europea (Biblioteca Nueva, 2008).
Aquí les dejamos las reflexiones de José Rafael Hernández Arias, sobre su papel como traductor en esta obra de Fausto.
En un mundo como el nuestro, cada vez más acelerado y fugaz, tan hostil al reposo reflexivo, en el que nos vemos involucrados en una cacería continua de novedades que suelen resultar, con suerte, viejas verdades bajo una nueva pátina, se necesita, con tanta más urgencia, dirigir nuestra atención a aquellas obras de la literatura universal que han alcanzado el rango de clásicos. Estas obras, por la clarividencia de sus autores, por la penetración y perspicacia de sus ideas, se han convertido en una suerte de brújula para la humanidad: sirven de orientación y de estímulo intelectual, nos ofrecen la posibilidad de descubrir los entresijos de nuestra propia existencia, que siempre es fruto de una historia social y cultural.
Soy consciente de que al término clásico se le ha quedado adherido cierto matiz negativo, es posible que esto se haya debido a que el mundo académico se ha apoderado de estas obras, diseccionándolas, disecándolas y sometiéndolas a auténticas bacanales interpretativas, o a su estudio obligatorio en colegios, tratándolas como si fueran una camisa de fuerza. Pero nadie debería arredrarse ante este hecho, pues introducirse en una de las grandes obras de la literatura siempre va a ser una aventura personal, una experiencia exclusiva que redundará en un incremento de la lucidez de nuestra propia conciencia.
Con las grandes obras de la literatura universal nos encontramos, además, con un fenómeno extraordinario, ya que logran catapultarnos a una dimensión atemporal de la existencia humana, pues han sido capaces de captar lo esencial de nuestra humanidad, lo que siempre ha sido, es y será. En esa dimensión somos contemporáneos de los personajes de Homero, Shakespeare, Cervantes, Goethe o Dostoyevski; sus vicisitudes, sus dudas y dilemas son los nuestros, aun cuando pertenezcan a épocas y situaciones tan diferentes. No hace falta mencionar, por otra parte, el enriquecimiento que supone para la propia cultura la lectura de clásicos procedentes de otras latitudes, merced a los cuales conocemos lo que nos une y lo que nos diferencia, aparte de abrirnos los ojos a realidades distintas, a otras dimensiones de la existencia humana. Es aquí donde la traducción desempeña su gran papel de enlace cultural, más aún, a ella se debe que las culturas se conozcan, se mantengan fértiles y fructíferas, estimulando las energías creativas de los destinatarios, generando debates e incrementando el caudal y la hondura del pensamiento y de la imaginación. Ahora bien, no hay traducción perfecta; toda traducción literaria o filosófica es antes que nada aproximación a la obra original, es interpretación; de ahí la importancia de que cada generación cuente con sus propias traducciones de los clásicos, con sus propias versiones, con su propio léxico renovado, sin detrimento de las anteriores que siempre han de servir, igualmente, de referente. Lo mismo se puede decir del arte de la ilustración, por el cual el artista, con sus grabados y dibujos, no “adorna” el texto, sino que nos ofrece su visión de lo relatado en la obra. Esta traslación del texto al campo de la imagen también ha de variar por necesidad según el artista y su época, por lo que siempre será de vital importancia que cada generación cree sus propias versiones y deje constancia así de su inspiración y de su circunstancia histórica.
No cabe duda de que la tragedia de Fausto, obra de un genio universal como lo fue Goethe, siempre ha poseído una actualidad palpitante, siempre ha estado a la altura del presente, y esto es a fin de cuentas lo que precisamente define a la obra clásica. Pero en los tiempos que corren podemos afirmar que su actualidad se ha vuelto apremiante, pues en la obra del vate de Weimar se expresan temas que preocupan especialmente al hombre de hoy, como la creación artificial de vida humana, la responsabilidad moral del científico, las consecuencias de la globalización, las relaciones entre las culturas, el peligro de las grandes simplificaciones, el nihilismo, o la aceleración del progreso tecnológico, al que Goethe ya en su tiempo calificó de “velociférico”, y que con su actitud soberbia e impaciente, con su precipitación irreflexiva, amenazaba y amenaza con provocar graves perturbaciones en el destino de la humanidad. En el Fausto de Goethe, que no lo olvidemos, se gestó a lo largo de sesenta años y constituyó su obra suma, nos encontramos con una historia profundamente meditada de la cultura de Occidente y con una profecía basada en sus presupuestos. Por todo esto merece la pena familiarizarnos con Fausto y Mefistófeles, seguir sus peripecias y dilemas, comprender sus motivaciones, pues surgen de una mente prodigiosa que fue capaz de asimilar la historia de la cultura y el espíritu del tiempo. Y a esto se debe que dichas figuras literarias nos puedan abrir los ojos sobre muchas tendencias y acontecimientos que caracterizan nuestro presente.
Fausto se une por la potencia imaginativa que lo ha creado al gran elenco de mitos literarios surgidos en el mundo de la cultura, entre los que se cuentan desde personajes concebidos en la Antigüedad, como Aquiles, Ulises o Edipo, a otros modernos como Don Quijote, Hamlet o Don Juan. Estas figuras literarias, tan presentes en nuestra memoria colectiva, se han transformado en auténticos instrumentos de conocimiento, también en símbolos de identidad existencial y colectiva. Leer sus historias en los últimos tiempos casi se ha convertido, sin embargo, en un acto de rebeldía contra tendencias propagadoras de una desidia intelectual que genera olvido e ignorancia. Despreciar o desoír a los clásicos, en definitiva, equivale a despreciarnos a nosotros mismos y a no querer conocer de dónde venimos ni querer saber a dónde vamos.Subir
Anotaciones- M. Armiño
Escritor, periodista, traductor y crítico teatral, ha publicado poesía (El mástil de la noche), narrativa (El curso de las cosas) y ensayo literario (Qué ha dicho verdaderamente Larra, Las Musas). Se le debe una Antología de la poesía surrealista (1971) y ha traducido sobre todo los clásicos franceses, desde los Ilustrados a Marcel Proust, Rimbaud y diversos dramaturgos, de Molière y Marivaux a Albert Camus, Jean Genet (Splendid’s), Jean-Claude Brisville, así como al irlandés Oscar Wilde (Teatro completo, 2008). Por su labor ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nacional de traducción (1971, 1979 y 2010), además de un Premio Max (2002) a la mejor adaptación de una obra teatral por París 1940, de Louis Jouvet.
En 2007 el Gobierno de la República Francesa le condecoró como Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres.
En el Fausto de Goethe, ha revisado el texto y realizado las anotaciones para su mejor compresión. A continuación les dejamos con su visión de la edición de Liber Ediciones.
El argumento de Fausto, muy complejo, es resultado de cincuenta años de trabajo de Goethe, que hizo varias versiones y tuvo por arranque una leyenda medieval, la del doctor Fausto, que habría vivido en Alemania a finales del siglo xv y la primera mitad del xvi. Este viejo doctor desesperado por ver acabarse su vida sin que hayan fructificado sus sueños ni deseos es tentado por Mefistófeles, nombre del demonio en el folclore alemán. A cambio de su alma cuando muera, Mefistófeles ofrece al viejo doctor la juventud y la posibilidad de hacer reales todos sus deseos; pero Fausto, al que no atraen los tesoros ni las orgías que se le ofrecen, conoce a Margarita saliendo de una iglesia; esta joven púdica, encarnación de la inocencia, es capaz de hacer concebir a Fausto la idea de pureza. El cerco que desde entonces hace a la joven –clásicos trucos de la táctica amorosa: regalos, celestinas por medio, encuentro, etc.– termina dando frutos: la joven recibe a Fausto en su cuarto, y en ese mismo momento empiezan a producirse secuelas terribles: muerte de su madre, a la que Margarita ha dado una pócima para que se duerma durante la cita; estado de embarazo en el que queda; muerte de su hermano que quiere vengar el honor de la familia en duelo con Fausto; ante tantas desgracias, Fausto recupera su sentido humano, exige que Mefistófeles le lleve a la prisión donde ha ido a parar la joven, acusada de infanticidio y transida por el sentimiento de culpa.
Aunque Mefistófeles ofrece a los dos jóvenes la posibilidad de huir, Margarita prefiere encomendarse a la clemencia divina. Para enmendar ese fracaso, una vez desaparecida la joven, Mefistófeles pone otros cebos y trampas a Fausto en la segunda parte, publicada póstuma, y que tiene por tema central el poder de las fuerzas elementales y formadas de la vida, cercanas a lo demoniaco, aunque permanezcan a una ideal distancia de éste. Los apetitos de frívola cortesanía de Fausto culminan en su unión con otra mujer, Elena, que para Fausto supone una madurez de espíritu, coronada por el nacimiento de un hijo, Euforión; pero la muerte del niño provoca la marcha de Elena; un Fausto desengañado de todo se retira a una montaña, donde cuatro divinidades: Pobreza, Deuda, Angustia y Preocupación, que lo visitan le “preparan” para la muerte. Cuando ésta se produce y Mefistófeles aparece para recoger su alma, una resucitada Margarita la rescata, gracias a sus oraciones, de las garras de Mefistófeles.
Con las estampas y los dibujos litográficos hechos para el Fausto de Goethe, José Luis Fariñas confirma la asombrosa madurez de sus anteriores obras y va un paso más allá en la creación de un fabuloso mundo onírico por el que ha sido comparado con pintores como el Bosco o Brueghel. Bajo la realidad subyace un mundo de fantasía, infierno y pesadilla que se metamorfosea constantemente para mostrar al espectador, al lector, lo que hay debajo de la apariencia, de la luz (etimológicamente Mefistófeles significa «el que no ama la luz»). Mediante ese onirismo descifra los distintos, y opuestos, personajes de la tragedia goethiana, desde Mefistófeles hasta Margarita o Fausto; seres de sombra, en algún caso infernales, que luchan contra su conciencia o tratan de amar; el pincel de José Luis Fariñas los vuelve figuras de carne y hueso, aunque hayan salido de su imaginación: la perfección técnica del artista demuestra, con dibujos meticulosos hasta la desmesura, que mediante el arte se puede llegar a la cuadratura del círculo, a hacer de la realidad un acto de magia, a crear un espacio de «realismo mágico» que ha marcado el arte y la literatura.Subir
Meditaciones- J. L. Fariñas
José Luis Fariñas, nos dedica estas palabras para comentar su aportación artística en esta obra.
Como Odiseo o Don Quijote, paradigmas de la memoria colectiva de sus culturas de origen, Fausto lo es para el mundo germánico. La sola mención del Fausto o del propio nombre de Goethe se había convertido rápidamente, y mucho más allá del estrecho Círculo de Weimar, en una referencia a la soñada Alemania unida, nueva y regenerada, y no deja de ser prodigioso que el nombre elegido por el autor para el discípulo del doctor Fausto sea precisamente Wagner, elección hecha muchos años antes del nacimiento de este otro reconstructor de los ideales germanos, si bien el germanismo goethiano es el más transparente de todos, antes de Hesse o Mann, neoclásico a la vez que romántico, revolucionario y, paradójicamente, anti napoleónico. Cuando Goethe pedía a Mendelsohn que tocase para él un manuscrito ilegible que Beethoven dejo en posesión suya, tal vez anhelaba encontrar los vestigios hacia la posible música que Mozart —el ideal sonoro de Goethe— nunca llegó a realizar para el Fausto, pero que luego el genio de Bonn tampoco logró concretar a pesar de que este proyecto fuera uno de sus más profundos sueños.
No es casual, como apunta Emil Ludwig, que Goethe titulara Fausto según Rembrandt, una de las primeras versiones incompletas de su primer Fausto, realizada en Roma. La visión de Rembrandt sobre el tema en su inolvidable grabado es tan crucial y novedosa que dejó su impronta espiritual en la obra de Goethe como pocas veces sucede en la historia del arte cuando lo más común que sucede es a la inversa. El San Gerónimo en su estudio, de Dürer, que es, de algún modo, un antecesor directo de la visión rembrandtiana, siempre lo tuve como paradigma de esa alquímica circunstancia donde lo trágico de la existencia se reorganiza o se agrava desde el despertar que las revelaciones hacia lo innominado imponen al sabio en su soledad doblemente apocalíptica. Destinado a elegir entre la salvación o la condenación cuando en realidad la elección —tarea del Creador o de las aleatorias e impersonales combinaciones cósmicas—, el sabio nunca queda realmente atrapado en el cuestionable tejido de sus mejores deseos. Tampoco es casual que el Fausto histórico, Johann Faust (1400-1466), fuera impresor en Maguncia y colaborador de Gutenberg en la divina y mefistofélica invención de la Imprenta. Desde el primitivo texto Doctor Faustus (“Faustbuch”) de Spiess, pasando por los de Marlowe, Wiedmann o por el ya más próximo a Goethe de Lessing, se puede sentir un lecho propiciatorio para la resurrección del legendario doctor, ahora a través de esa esfera de sublimaciones que fue Johann Wolfgang Goethe, quien diera a lo alemán y su weltanschauung una especie de cuarta dimensión o de reino nuevo donde poder redefinirse, a partir de entonces, abrillantando lo mejor del arte, las hermenéuticas, la acción y el pensamiento.
Desde Peter von Cornelius, ilustrador neogótico natural de Düsseldorf, hasta Johann Heinrich Ramberg, Paul Mila, Schlick, Adolf Hohneck, Carl Gustav Carus o Barlach, entre otros, la recreación plástica del Fausto de Goethe siempre ha sido un propósito esencialmente inabarcable pues la obra en si lo es todavía más. Y así lo presentía ya su autor, quien desde su juventud en Frankfurt hasta sus dias de resurrección y consagración en Weimar, siempre halló respuestas cada vez más complejas penetrando en la naturaleza desde los misterios de la luz, con su Teoría de los Colores o con sus múltiples hallazgos geológicos, botánicos, biológicos y meteorológicos, su amor incesante por la esencia de las metamorfosis, y sus incursiones en el dibujo, la exploración y la arqueología, todo para intentar, como Fausto mismo, descifrar las profundidades del ser y traer a la luz las estructuras matrices de todo lo visible y lo invisible, lo primero con las ciencias y lo segundo con el Arte, es decir, la Poesía: Den lieb’ich der Unmögliches begehrt [Amo al que desea lo imposible]. También mi visión, desde la humildad y el recogimiento de la acuarela y la línea devota deudora del magisterio de Dürer, Brueghel, Rembrandt, Mantegna o Goya —concebida para esta nueva edición de Liber Ediciones para bibliófilos—, solo intento retener lo inacabable de esa voluntad de revelación difícil, sino imposible, que la lucha goethiana contiene en sí misma.Subir
Comentarios crítica de arte- J. García Abás
Juana García Abás, (La Habana Vieja, 1950). Escritora, miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2006; Premio de Crítica de Artes Guy Pérez Cisneros 2003, del Consejo Nacional de las Artes Plásticas; Premio Centenario de Arthur Rimbaud de Traducción (Alianza Francesa, Embajada de Francia y Ministerio de Cultura de Cuba) y de una larga lista de reconocimientos, ha trabajado como periodista, dramaturga, guionista, crítica de arte, asesora, directora de programas y especialista en mass mediade. Ha asesorado obras de literatura, artes plásticas, teatro, video y cine producidas en Cuba y en el extranjero y cuenta con una extensa obra de poesía.
A continuación sus palabras a la edición de Liber y el trabajo de Fariñas.
Monumento dramático inspirado en una antigua leyenda germánica, Fausto de Johann Wolfgang von Goethe es la síntesis poética de una suma que supera ampliamente la episteme contemporánea del autor. El Fausto goethiano ha devenido, como arquetipo, en paradigma del espíritu alemán. Bajo las numerosas capas de sentido de una textura literaria irónica y con densidad inagotable tras sucesivas hermenéuticas, el Fausto de Goethe fundamenta la deseable virtud de la acción humana ante la intrínseca condición de eterno movimiento y cambio constante, inherente a todo lo que existe: el necesario ejercicio de la voluntad que debiera encaminar al acto cabalmente justo, ese gesto que el poeta concibe como deber fundamental del hombre, obligado a la fragosa superación de sí mismo a través del bien, de la rectitud de actos no solo dirigidos a procurarse sabiduría, sino como necesaria vía al dominio consciente de su poder actuante como noble vehículo transformador del mundo.
En los versos de la tragedia fáustica, Goethe expone la inmanente disyuntiva con que la necesidad de elegir condiciona al quehacer humano, definiendo la actitud del hombre, como ser moral, emplazado constantemente a pronunciarse y actuar tras elegir entre el bien y el mal, enfrentado a los ilimitados vericuetos del incesante cambio intrínseco a la naturaleza, al pensamiento, a la sociedad —y, acaso, hasta a la divinidad—, y al ansia sobrehumana de abarcar lo inabarcable, lo infinito de lo cósmico y de la esencia de lo divino, que tal inmensidad en constante transformación expresaría y que tanto el poeta como el ilustrador de la presente edición abordan sin el maniqueísmo al cual la clásica antípoda suele inclinar.
Con Fausto, Goethe crea un fenómeno cultural que tensa incluso al conocimiento del siglo XXI hasta donde lo hemos recorrido, al expresar en los versos de su magistral tragedia enigmas y problemáticas capitales que aún permanecen sin soluciones ni respuestas. Obra de casi imposible puesta en escena o traslación plástica sin ver reducida la grave encrucijada filosófica que estructura, nos afronta a lo trágico de una circunstancia que nos sobrepasa como entes, reflejada en la concepción existencial del acto en tanto necesidad electiva ante un piélago de enigmas y mutaciones incesantes —acto y circunstancia no siempre en idilio evolutivo—, dilema ubicuo que anega en angustia el ethos goethiano.
La evocación de la trágica complejidad del devenir fáustico es desplegada por el ilustrador mediante imágenes que sugieren un estado de metamorfosis constante, universo que le aproxima metafóricamente a la irónica inversión de la imposibilidad a que alude el verso clave de la obra (—Si llega el instante en que diga:/¡Quédate aún! ¡Eres tan hermoso! ), invocación que manifiesta un deseo tan esencial cuanto condenatorio, pues la realización de ansia tal implicaría el imposible cese de todo cambio (natural, humano o divino), al pretender el cese del decurso cósmico, con lo cual se anularían los actos. Se trata del deseo pecaminoso de asumir la eternidad interrumpiendo el flujo de los cambios, el sine qua non de lo existente —quizá, hasta de Dios y de lo aún no manifestado—; dinámica cósmica necesariamente enfrentada por el hombre a cada instante de su actuar. El otorgamiento del deseo expresado en el ruego, daría paso a la perdición en el pecado capital de pretender negar la acción, deteniendo el movimiento en sí mismo, lo cual es, además, una pretensión maléfica en pos de una condenación que destruyese el bien y, acaso en consecuencia, lograría anular el justo poder de la divinidad sobre el mundo. Es la metáfora del posible extravío del alma de Fausto y su apropiación por Mefistófeles, el drama de la conciencia humana en su íntima confrontación al actuar en pos del bien o del mal. Audaz tarea, la de ilustrar semejante suma expresiva.
Con estilo dinámico y figuración de voluntad miniaturista, el pintor y poeta José Luis Fariñas, desde la acuarela a pincel fino hasta el especular y exquisito arte del grabado gracias a la meticulosa labor editorial de Liber Ediciones, invoca la imaginería goethiana en las figuras a lo largo del sistema de orlas y en el laminado exento, sugiriendo, a partir del propio despliegue de las formas, lo infinito de la epifanía fáustica.
Desplegando secuencias de imágenes ahormantes y espectrales correlatos subsumidos en conjuntos que van transformándose unos en otros sin solución de continuidad, el ilustrador evoca el devenir de las metamorfosis y figura el juego de confrontaciones que en los actos (incluso pensar y expresarse es un proceso activo) derivaría hacia la final reconciliación con la divinidad, expresando con el tejido simbólico la lucha de opuestos y toda la dialéctica de la purificación que estructura el drama fáustico con una sutil heterodoxia paradójicamente asomada tras el criterio místico teologal. El artista ha creado formas simbióticas que en numerosos momentos del discurso plástico sugieren una continua metamorfosis, otorgando así un cuerpo visual propio a la disyuntiva inherente a todo estado actuante, la ineludible crisis del actuar que define la síntesis del paradigma fáustico.
En el Fausto de la edición de Liber Ediciones nos enfrentamos a una alegoría pictórica creada bajo nuevos círculos de iluminación y tiniebla, atendiendo a los más inusitados ángulos de la concentrada luz goethiana. Devoto y confeso deudor —desde la humildad — del magisterio de Dürer, Rembrandt, Brueghel, Mantegna y Goya, el ilustrador expresa su intento de aproximarse a la no menos fáustica pretensión de retener lo inacabable de esa voluntad de revelación, difícil, si no imposible, que la lucha goethiana contiene en sí misma, culminación sin duda alcanzada en el Fausto de Liber Ediciones, en la humana marca de lo posible, ante la magna infinitud del reto.
El Cerro, La Habana, miércoles 11 de noviembre de 2015.Subir